La Buena Nueva;
Dios Quiere que Estés Sano
Jesucristo usó los milagros de sanidad como una
campana para atraer a las multitudes. Él usó la sanidad como una prueba de que
podía perdonar los pecados (Mr. 2:10). De hecho, dijo que Sus milagros eran un
testimonio superior en relación al hecho de que Él era el Hijo de Dios que la
predicación de Juan el Bautista (Jn. 5:36). Dios usó sanidades milagrosas para
comprobar la veracidad del mensaje de Jesús (He. 2:3-4).
De la mima manera, el Señor le dijo a sus seguidores
que las mismas obras que Él había hecho, ellos también las harían (Jn. 14:12).
Él dijo que el Espíritu Santo confirmaría la verdadera predicación de La
Palabra de Dios con milagros y señales (Mr. 16:20). Los creyentes impondrían
manos sobre los enfermos y ellos se recuperarían (Mr. 16:18).
Jesucristo es el mismo hoy como lo fue en la época antigua de la Biblia
(He. 13:8). Si Jesucristo todavía estuviera en Su cuerpo físico en la tierra,
Él estaría sanando al enfermo, limpiando a los leprosos, y resucitando a los
muertos. Jesucristo no ha cambiado; la gente que lo representa es la que ha
cambiado.
No hay duda de que Dios te quiere sano.
Glorifica a Dios que estés sano. No le trae gloria el hecho de que tú estés
enfermo. Jesús llevó tu enfermedad tanto como Él llevó tu pecado (1 P. 2:24;
Sal. 103:2-3). Él no te quiere ver enfermo como tampoco quiere que peques.
Hay muy pocas cosas que edifican tu fe y la fe
de otros como cuando se experimenta el toque sanador de Dios. Lo más importante
es que Jesucristo te quiere sano porque Él te ama. Él conoce el dolor que la
enfermedad trae. Fue la compasión la que motivó a Jesucristo a sanar al enfermo
(Mt. 14:14). Si tú, siendo malo, no quieres que aquéllos que amas sufran con
enfermedad, entonces ¿cuanto más Dios—quien es amor (1 Jn. 4:8) quiere que
sanes?
Este artículo contiene semillas de la Palabra
de Dios. Plántalas en tu corazón y se transformarán en un milagro de sanidad
física ¡DIOS TE QUIERE SANO!
La
salud está en la Expiación de Cristo
Isaías 53:4-5 dice,
“Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por
azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre
él, y por su llaga fuimos nosotros curados”.
Estas citas bíblicas no deben dejar duda de que
Jesucristo llevó nuestras enfermedades y
dolencias como parte de Su expiación. Sin embargo, la iglesia tradicional ha
malinterpretado estos versos diciendo que se refieren a la sanidad espiritual y
emocional. La profecía de Isaías incluyó sanidad espiritual y emocional, pero
ciertamente también incluye la sanidad física de nuestros cuerpos.
Esta cita bíblica nos dice que Jesucristo llevó
nuestras enfermedades y dolencias físicas, tanto como Él llevo nuestro pecado.
En caso de que todavía te quede alguna duda, la
forma como se citó y aplicó Isaías 53:4 en el Nuevo Testamento debería quitar
esas dudas.
Mateo dijo, bajo la inspiración del Espíritu
Santo:
“Para que se cumpliese
lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades,
y llevó nuestras dolencias”(Mateo 8:17).
Éste es un comentario de Isaías 53:4, y aquí se
utilizan las palabras “enfermedades” y “dolencias”. Isaías estaba hablando de
cómo Jesucristo llevó nuestras enfermedades y dolencias físicas.
Veamos algunas citas bíblicas que incluyen el
perdón de nuestros pecados y la sanidad de nuestros cuerpos en la expiación de
Cristo:
“Bendice, alma mía, a
Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus
iniquidades, Él que sana todas tus dolencias” (Sal. 103:2-3).
“El Espíritu del Señor
está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me
ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos” (Lc.
4:18).
“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su
cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados,
vivamos a la justicia; y por cuya herida
fuisteis sanados” (1 P. 2:24).
Estas citas bíblicas
no hacen distinción entre el perdón de Jesucristo por nuestros pecados y la
sanidad de nuestros cuerpos como la iglesia moderna Cristiana lo hace. Ambos
son resultados de la expiación de Cristo.
La palabra Griega sozo,
que se tradujo como “salvo” cuarenta y una veces y “salvado” cincuenta y
tres veces en el Nuevo Testamento, también se tradujo “sanado” tres veces y “salvado”
diez veces con referencia a la sanidad física. Esta palabra Griega sozo se usó
en Santiago 5:15 donde dice: “Y la oración de fe salvará al enfermo”.
En ese caso, es muy
claro que la salvación de Dios a los enfermos se refiere a la sanidad de sus
cuerpos. La sanidad es parte de la redención tanto como el perdón de los
pecados.
Puesto que
Jesucristo llevó nuestras enfermedades tanto como Él llevó nuestros pecados, Él
no te dará una enfermedad como tampoco te guiará a cometer pecado. Él nos ha
redimido del pecado y la enfermedad.
Creo con convicción
que el separar la salud física de la expiación de Cristo es una teología cómoda
para lidiar con el problema de nuestra ineficacia para recibir sanidad. Es una
salida fácil decir: “No es la voluntad de Dios sanar a todos”. Eso no es lo que
la Palabra de Dios enseña.
La
Enfermedad es una Maldición
El hecho de que la Biblia constantemente se
refiere a la enfermedad como una maldición, y no una bendición, una vez más
confirma el hecho de que DIOS TE QUIERE SANO. Deuteronomio 28 es un capítulo
conocido porque enlista las bendiciones y las maldiciones de la ley. Imagínate
que dibujamos una línea en medio de un pizarrón. En el lado izquierdo escribimos
las “bendiciones”, haciendo una lista de todo lo que incluyen los versículos
del 1 al 14. En el lado derecho, enlistamos las “maldiciones”, todo lo que se
incluye en los versículos del 15 al 68.
Encontrarás una gran cantidad de enfermedades
enumeradas en el lado de la maldición. De hecho Deuteronomio 28:61 dice: “toda enfermedad y toda plaga que no está
escrita en el libro de esta ley” era una maldición que caería sobre los
Israelitas por su desobediencia.
Date cuenta que las Escrituras claramente
establecen que la enfermedad es una maldición. No es una bendición enviada por
Dios para enseñarnos algo como el “Cristianismo” contemporáneo ha enseñado.
La enfermedad es una maldición de la ley, y lo
vemos en Gálatas 3:13:
Cristo nos redimió de
la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito:
Maldito todo el que es colgado en un madero).
Por lo tanto, la enfermedad y las dolencias
nunca serán usadas por Dios para bendecirnos. Fueron usadas en el Antiguo
Testamento como una maldición, pero Cristo nos ha redimido de la maldición.
Dios no es el que está trayendo enfermedad a la gente. Aún así es muy común hoy
en día escuchar a la gente dar testimonio de la manera como Dios permitió o
causó su enfermedad. Una vez que aceptan eso como una verdad, creen que deben
someterse a la enfermedad y permitirle a Dios que les enseñe algo porque si no
lo hacen significa que se están rebelando. Ningún Cristiano quiere rebelarse
contra Dios, así que muchos de ellos se someten pasivamente a su enfermedad. Lo
que no comprenden es que en realidad se están sometiendo al diablo, que es el
autor de la enfermedad (Hch. 10:38).
Éste es uno de los engaños más sutiles de
Satanás. Si puede lograr que los Cristianos piensen que sus acciones en
realidad son las acciones de Dios, no lo resistirán. Se disfraza como un ángel
de luz y así es aceptado en vez de rechazado (2 Co. 11:14).
Santiago 4:7 dice:
Someteos, pues, a
Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.
La palabra resistir significa “luchar alguien
con la persona o cosa que le ataca”. No puedes luchar con el diablo si piensas
que es el mensajero de Dios. Dios no está usando al diablo, o a la enfermedad
que él trae, para enviar sus mensajes. Satanás sólo viene para robar, matar, y
destruir, pero Jesucristo vino para darnos vida abundante (Jn. 10:10). Satanás
viene para enfermarnos; Jesucristo vino para sanarnos.
La enfermedad es una maldición, y Jesucristo
murió para liberarnos de la maldición.
Dios es un Dios bueno, y el diablo es un diablo malo. La enfermedad es mala, y
la sanidad es buena. Nunca confundas esto.
¿Por
qué no Todos Creen en la Salud Divina?
No conozco a nadie que quiera estar enfermo.
Todo el mundo quiere estar sano. Esto es evidente por la gran cantidad de
dinero que se invierte en los hospitales, los consultorios médicos, y las
farmacias. La gente hará lo que sea necesario para conservar o recuperar la
salud. Es algo universal y uno de los deseos más fuertes de toda persona que
alguna vez ha vivido.
Es porque la humanidad fue creada por Dios para
vivir por siempre. Hay una aversión que fue dada por Dios en cada uno de
nosotros hacia la enfermedad, las dolencias, y la muerte. Dios nos creó para
ser perfectamente sanos. La enfermedad vino sobre nosotros como resultado de
que rechazamos a Dios y sus caminos.
Proverbios 14:12 y 16:25 dice:
Hay camino que al
hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte.
La muerte, incluyendo la enfermedad, fue
nuestra elección, no la de Dios.
Si Dios nos quiere sanos—y sí lo
quiere—entonces ¿por qué tantos Cristianos se oponen a la salud divina? ¿Y por
qué otros que sí creen en la sanidad divina fracasan y no sanan?
Una de las principales respuestas (que es muy
conveniente) dice así: “Es obvio que no todo el mundo se sana. Ni siquiera
todos aquellos que desean recibir sanidad la reciben. Así que simplemente
digamos que no siempre es la voluntad de Dios sanar”. Eso hace culpable a Dios
y no a nosotros si las cosas no salen bien. Eso no es lo que la Palabra de Dios
enseña.
Nuestra cultura moderna se ha obsesionado con
rechazar la responsabilidad personal. En vez de admitir nuestros errores y
vencerlos, le echamos la culpa a otros. Nuestras inseguridades hacen que
rechacemos la responsabilidad por nuestros problemas. Es más fácil creer que
sufrimos enfermedad y que estamos deprimidos por desequilibrios químicos y una
herencia genética mala.
La iglesia carnal ha creído la misma mentira.
“No podría ser nuestra incredulidad la que nos impide recibir de parte de Dios;
debe ser Dios el que no nos quiere sanos”. Hemos desarrollado teologías
complejas que le echan la culpa a Dios.
Con frecuencia se enseña que Dios quiere que estemos
enfermos. Se dice que así es como Dios nos enseña y como madura nuestro
carácter. ¡ESO ES ABSOLUTEMANTE FALSO!
Jesucristo es la representación perfecta de
Dios. El escritor de Hebreos dijo:
El cual, siendo el
resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia.
Hebreos 1:3
Esto habla de Jesucristo. Este pasaje dice que
Jesucristo era la “imagen misma” de Dios. Esto dice que Jesucristo era una
copia perfecta, o la imagen de Su Padre. Sin embargo Jesucristo nunca puso
enfermedad en nadie o le dijo a alguien
que no lo sanaría.
Considera la declaración de Jesucristo en Juan
5:19:
De cierto, de ciertos
digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre;
porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.
Jesucristo dejó muy claro que Él sólo hizo las
cosas que Su Padre hizo. Jesucristo no puso enfermedad en la gente, ni tampoco
lo hace Dios nuestro Padre. Si Jesucristo nunca se negó a sanar a nadie,
entonces tampoco lo hará Dios nuestro Padre. (Al final de este artículo, puedes
ver una lista de los versículos que mencionan las ocasiones cuando Jesucristo
sanó a todos los que se acercaron a Él).
El apóstol Pedro, cuando estaba hablando bajo
la inspiración del Espíritu Santo resumió esto en Hechos 10:38,
Cómo Dios ungió con el
Espíritu Santo y con poder a Jesucristo de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo
bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con
él.
Los enfermos estaban oprimidos por el diablo,
no por Dios. Es bueno cuando la gente sana. No es bueno cuando la gente está
enferma. La idea de que Dios podría optar por no sanar a alguien es
principalmente un esfuerzo para evadir la culpa y la responsabilidad por
nuestra incapacidad para recibir.
El primer paso hacia la libertad es aceptar la
verdad. El problema es nuestra capacidad para recibir. Mientras nos consolemos
pensando que “todo depende de Dios. Whatever will be will be, lo que será,
será, siempre seremos víctimas y
nunca nos convertiremos en ganadores.
¿Por
qué no sanan todos?
El profeta Malaquías dijo en Malaquías 4:2:
Mas a vosotros los que
teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación.
Ésta no era simplemente una metáfora sobre la
sanidad espiritual y la salud; lo mismo fue declarado por el profeta Isaías en
Isaías 53:4
Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por
azotado, por herido de Dios y abatido.
Si combinas esto con los ejemplos en que
Jesucristo sanó a todos los que vinieron a Él (véase la lista al final del
artículo), con la verdad de que la sanidad es parte de la expiación de Cristo,
y con el hecho de que Jesucristo dijo que Él hizo exactamente lo que vio hacer
al Padre (Jn. 5:19); la conclusión es que Dios te quiere sano.
El apóstol Pedro declaró en Hechos 10:38:
Cómo Dios ungió con el
Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo
bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (el énfasis es mío).
Pon atención a la palabra “todos” en este
verso. También date cuenta que aquellos que estaban enfermos estaban oprimidos
por el diablo, no por Dios. La enfermedad no proviene de Dios; proviene del
diablo. La sanidad no proviene del diablo; proviene de Dios.
¿Estoy diciendo que como la sanidad es parte
de la expiación de Cristo los Cristianos
no se enferman? No, como tampoco estoy diciendo que los que han recibido perdón
por sus pecados nunca vuelven a pecar. La libertad en relación a la enfermedad
y las dolencias fue provista al igual que la libertad del pecado. Los
Cristianos todavía pecan y se enferman. Sin embargo, ésa no es la voluntad de
Dios.
Esto nos lleva a otro elemento primordial que
hace que mucha gente rechace la verdad de que siempre es la voluntad de Dios
otorgar la sanidad. Con frecuencia se dice o se insinúa que el pecado en la
vida de una persona causa la enfermedad. Eso es muy simple. Ésa es una razón,
pero sólo una.
Jesucristo le dijo al hombre que sanó en el
estanque de Betesda: “No peques más, para
que no te venga alguna cosa peor” (Jn. 5:14). El pecado puede ser una razón
de la enfermedad, pero Dios no está dando enfermedad como un castigo. El pecado
le permite al diablo desatar su muerte en nosotros. Sin embargo, no toda la
enfermedad es un resultado directo del pecado personal.
Dejar de presentar esta verdad adecuadamente ha
hecho que mucha gente crea que no siempre es la voluntad de Dios sanar. De
acuerdo a su forma de pensar, si toda la enfermedad fuera el resultado del
pecado, entonces todas las personas enfermas son malas, de alguna manera. Sin
embargo, saben que hay mucha gente santa que se enferma y hasta mueren.
Independientemente del origen de la enfermedad,
siempre podemos hacer algo al respecto: Podemos tener fe en Dios, y Él sanará
TODAS nuestras enfermedades (Ex. 15:26 y Sal. 103:3).
Así que, si es la voluntad de Dios sanar todas
nuestras enfermedades, ¿por qué no están sanos todos? Ésa es una pregunta
simple con una respuesta compleja.
Hay tres razones principales. En primer lugar,
es nuestro pecado individual. Dios no nos “castiga” cuando pecamos, sino que
cosechamos lo que sembramos. Un alcohólico se enferma del hígado. Los
drogadictos dañan su cerebro. La gente promiscua contrae enfermedades sexuales.
Dios no los está castigando; ellos mismos lo hacen.
En segundo lugar, Satanás es un enemigo que nos
ataca con toda clase de problemas. Facilitamos su tarea cuando nos sometemos a
él a través del pecado, pero también usa la ignorancia como una brecha en
nuestras vidas. En otras ocasiones, la oposición de Satanás no viene por el
pecado o la ignorancia, sino porque estamos en una guerra. Él viene para robar,
matar, y destruir (Jn. 10:10).
En tercer lugar, muchos de nuestros problemas
simplemente son el resultado de vivir en un mundo que ha sido afectado por el
pecado. Una herida se infecta, y no es por tu pecado personal ni por un
demonio; simplemente es el resultado del deterioro que entró al mundo a través
del pecado.
No estoy diciendo que toda la enfermedad es el
resultado del pecado, ni de la ignorancia, ni del fracaso en nuestras vidas.
Estoy diciendo que la fe en la expiación sanadora de Dios es lo que vence la
enfermedad. Pero, no es simplemente fe en que Dios puede sanar; tiene que ser
algo más específico que eso. Una persona puede tener fe y sin embargo tener esa
fe dirigida erróneamente (véase la historia de Nicky más adelante).
En Mateo 17, los discípulos de Jesucristo le
preguntaron por qué no habían podido
curar al muchacho que tenía un espíritu demoníaco que le causaba ataques. Lo
que les respondió fue algo muy revelador.
Jesucristo le dijo a sus discípulos en Mateo
17:17: “¡Oh generación incrédula y
perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de
soportar? Traédmelo acá”.
Date cuenta que Jesucristo no trató de consolar
a sus discípulos diciéndoles que no era su culpa; les dijo que eran incrédulos
y perversos. ¿Verdaderamente piensas que Él tendría una respuesta más amable y
gentil para Sus seguidores hoy?
Jesucristo invirtió mucho tiempo entrenando a
sus discípulos para que hicieran las mismas obras que Él hizo. No estaba
complacido con su incapacidad para satisfacer las necesidades de la gente. Esperaba
que lo hicieran cómo Él lo hizo. Él todavía quiere lo mismo para nosotros (Jn.
14:12).
Hoy, la iglesia carnal está mandando al enfermo
a los doctores, al pobre con los banqueros, al perturbado al psiquiatra. Pero
todavía es la voluntad de Dios que la iglesia provea a estas necesidades. Ésta
es una de las principales razones por la que hemos visto una disminución de la
influencia de la iglesia en nuestra cultura. La gente no ve la importancia de
la iglesia para la vida cotidiana, sino sólo para el futuro. Es nuestra culpa
no cubrir las necesidades de la gente cómo Jesucristo lo hizo.
Después de que Jesucristo reprendió a sus
discípulos, sacó el demonio del muchacho; y él sanó totalmente.
Viniendo entonces los
discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo
fuera? (Mt. 17:19).
Ésta es la misma pregunta que mucha gente se
hace hoy: “¿Por qué no sanan todos cuando oramos?” Y esta pregunta no vino de
gente que no creía que Dios quería sanar a la gente. Si los discípulos hubieran
dudado que Dios hubiera querido sanar a este muchacho, no habrían hecho esta
pregunta. La razón por la que estaban perplejos, era porque creían que era la
voluntad de Dios sanarlo, y habían visto a otros sanar a través de sus
oraciones. Entonces, ¿por qué no había sanado este muchacho?
Hoy la respuesta de Jesucristo asombra
totalmente a la mayoría de la gente. Él no dijo que no era que no tenían fe, ni
que su fe no fuera lo suficientemente fuerte. Ni siquiera mencionó su fue. Dijo
que era por su incredulidad.
Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de
cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este
monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible (Mt. 17:20).
Alguien puede estar pensando: “Un momento; si
tienes incredulidad, entonces no estás actuando con fe. Si verdaderamente
tienes fe, entonces no habría nada de incredulidad”. Eso no es lo que la
Palabra enseña.
Jesucristo dijo en Mateo 21:21,
“De cierto os digo,
que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que
si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho”.
Date cuenta que Jesucristo dijo cree, sin
dudar. Si el creer excluye el dudar, entonces no habría sido
necesario decirlo.
Marcos, el autor evangelista registró este
mismo ejemplo en el que Jesucristo sacó al demonio del muchacho, pero él dio un
poco más información que Mateo.
Las Escrituras registran en Marcos 9:21-24:
Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto
tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le echa
en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten
misericordia de nosotros, y ayúdanos.
Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E
inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.
Fíjate
en el versículo 24 que el padre del muchacho creía, pero también tenía
incredulidad. Jesucristo no lo corrigió por esa declaración. Es verdad—puedes
creer y tener incredulidad al mismo tiempo.
Imagínate que enganchas un caballo a una
carreta. Bajo circunstancias normales el caballo podría jalar la carreta. Pero
si tuvieras otro caballo que tuviera la misma fuerza enganchado a la carreta y
jalando en la dirección opuesta, la carreta no se movería, aun cuando se
hubiera aplicado una fuerza muy grande. Sucede lo mismo con la fe y la
incredulidad.
A cada verdadero creyente del Señor Jesucristo
se le dio “la medida de fe” (Ro. 12:3). Esa fe es suficiente para lograr
cualquier cosa que necesites. El problema no es que no tienes fe; el problema
es que tienes incredulidad que anula, o cancela, la fuerza de tu fe.
Éste tiene que ser el tema que Jesucristo le
estaba aclarando a sus discípulos, porque Él continúa diciendo en Mateo 17:20:
“Jesús les dijo: Por
vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de
mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será
imposible”.
Si Jesucristo les estaba diciendo a sus discípulos
que su fe era muy poca, entonces ¿por qué les habría dicho que una pequeña
cantidad de fe era suficiente para mover una montaña? Eso no hubiera tenido
sentido. Sin embargo, si les estaba diciendo que su fe no era el problema, más
bien que la incredulidad estaba neutralizando su fe, entonces sí tiene sentido.
Muchos Cristianos tratan de incrementar su fe
pero hacen poco o nada para disminuir su incredulidad. Una solución más simple
y sencilla sería que ellos eliminaran sus dudas. ¿Cómo se hace esto?
La incredulidad viene de la misma manera que la
fe. La fe viene por el oír (Ro. 10:17), y la duda, o la incredulidad, también vienen
por el oír. La incredulidad en realidad es fe. Es fe en algo equivocado o con
una inclinación equivocada. Cuando enfocamos nuestra atención en Dios a través
de Sus promesas, la fe se fortalece. Cuando enfocamos nuestra atención en este
mundo y sus mentiras, la incredulidad se fortalece.
Para disminuir nuestra incredulidad, tenemos
que disminuir la influencia del mundo sobre nuestros pensamientos. Sin embargo,
no se trata solamente de sacar pensamientos, los pensamientos tienen que ser
reemplazados. Hasta que se haga esto, el uso de la fe que tenemos será contrarrestado
por la incredulidad que nos llega a través del mundo. El resultado: no somos
liberados y no estamos sanados.
La
Historia de Nicky
El 14 de Noviembre del año 2000, yo estaba
ministrando en la Casa del Pastor en Lewisville, Texas, donde mis buenos amigos,
Richard y Dorothy son pastores. Una mujer de nombre Chris Ochenski, que tenía
una hija moribunda, estaba allí esa noche. Su hija Nicki, tenía fibromialgia, y
una gran cantidad de alergias que la mantenían en constante dolor. Ella estaba
tan débil que no podía ni levantar una mano ni ir al baño por su cuenta. Ella
estaba dependiendo totalmente de su mamá.
Nicky y toda su familia eran unos creyentes fanáticos.
Dios no los estaba castigando con esta terrible enfermedad por algún pecado.
Fue el resultado de una herida en la cabeza que recibió en un accidente
automovilístico, cinco años atrás mientras manejaban de la iglesia a su casa.
Ellos tenían fe que Dios sanaría a su hija, y Nicky era muy abierta para
decirle a la gente que iba a ser sanada.
En mi mensaje esa noche, dije que no estamos
esperando que Dios nos sane: Por Su herida fuimos sanados (1 P. 2:24). Una fe
orientada incorrectamente, es cuando esperamos que Dios nos sane. Esto era
totalmente opuesto a lo que Nicky y su familia creían. De hecho Nicky había
tenido una visión en la que el Señor se le apreció y le mostró Sus llagas y
magulladuras y donde le prometió una sanidad gradual.
Chris llevó un casete con mi mensaje a su casa
y le pidió a Nicky que lo escuchara. Nicky se sintió bendecida pero confundida
cuando ella escuchó que la sanidad no tiene que ser gradual. Ella le preguntó
al Señor al respecto, y Él le dijo que su sanidad estaba llegando gradualmente
porque ella creía que así iba a suceder, pero eso no era lo mejor que Dios
tenía para ella.
El Señor nos encontrará en el punto donde
estamos, pero Su perfecta voluntad para nosotros es que las cosas sucedan
ahora. “Ahora bien la fe es…” (He. 11:1 La Biblia de las Américas). La fe debe
creer que Dios es (He. 11:6), no que Él fue o que va a ser. ¡La fe es ahora!
Tenemos que tomar enérgicamente la autoridad que Dios nos ha dado y hacer que
esa sanidad se manifieste.
Al día siguiente por la tarde oré por Nicky
aunque en realidad yo no sabía lo mal que ella estaba. Sólo sabía que ella
había experimentado dolor por más de cuatro años y que verdaderamente estaba
sufriendo. Más adelante su doctor testificó que él pensaba que no iba a volver
a verla—ella estaba muy cerca de la muerte. Pero ahora la fe de Nicky y la fe
de sus padres había tomado una nueva trayectoria, y ellos estaban listos para
creer que ella sanaría ¡AHORA!
Lo que sucedió después fue maravilloso. Dios
sanó a Nicky instantánea y milagrosamente. Una muchacha joven, que se había
perdido de sus años de adolescencia, que vivía casi aislada por causa del dolor
y de reacciones alérgicas, fue sanada. Después de varios meses esta fue la
primera vez que ella caminó, y su familia y amigos se llenaron de alegría.
Verlo fue algo grandioso.
Éste fue un milagro tan maravilloso, que quise
documentarlo. Mi equipo de televisión filmó más de quince horas de entrevistas
con la familia Ochenski, con sus doctores, y otras personas y han producido un
video de cincuenta minutos que documenta la sanidad de Nicky. Cuando lo vi, me
conmovió hasta las lágrimas. En realidad no me había dado cuenta de lo
milagrosa que había sido esta sanidad. El video me impactó más que cuando
estuve allí. ¡Es un video formidable!
¿Y
qué con el aguijón en la carne de Pablo?
Cada vez que tú dices que siempre es la
voluntad de Dios que la gente sane, alguien mencionará el aguijón de Pablo en
la carne. La lógica que usan es que Pablo fue uno de los mensajeros de Dios más
prominentes y sin embargo Dios no lo sanó. Ellos dicen que Dios quería que
Pablo estuviera enfermo para así llenarlo de humildad. Sin embargo, eso no es
lo que la Biblia enseña.
Pablo habló sobre este aguijón en la carne en 2
Corintios 12:7-10:
“Y para que la
grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un
aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me
enaltezca sobremanera; y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se
perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en
mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por
amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en
persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
En el versículo 7, Pablo dejó muy claro que
este aguijón era un mensajero de Satanás, no de Dios. La palabra Griega que
aquí se tradujo como “mensajero” también
se tomó como “angel” en otras partes
del Nuevo Testamento (Lc. 1:13; 2 Co. 11:14; Ga. 4:14). Por lo tanto, éste era
un mensajero demoníaco, un ángel de las tinieblas, enviado por el diablo para
aporrear a Pablo.
Algunas personas suponen equivocadamente que
Dios le puso este aguijón en la carne a Pablo porque esto evitaba que él se
enalteciera sobremanera. Esas personas automáticamente piensan que esto
significa que el aguijón en la carne fue enviado de parte de Dios para mantener
a Pablo lleno de humildad. Eso no es verdad.
La humildad es importante, pero también la
exaltación. Hay una clase de exaltación santa que se menciona muchas veces en
las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Un ejemplo es
1 Pedro 5:6, que dice:
Humillaos, pues, bajo
la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.
Ser enaltecido, y exaltado, es bueno cuando
Dios lo hace. Sin embargo, algunas personas suponen que Pablo estaba hablando
del orgullo en 2 Corintios 12:7. Ellos argumentan: “Pablo tenía un verdadero
problema con el orgullo y la arrogancia, así que Dios le dio un aguijón en la
carne para quebrantarlo y para mantenerlo lleno de humildad”. Ésa no es una
idea buena. La Biblia dice que te llenes de humildad a ti mismo (1 P. 5:6). Si
Dios es el que te llena de humildad a ti, entonces eso no es humildad, es
humillación. No puedes obligar a una persona a que se llene de humildad. Tiene
que proceder del interior del individuo.
2 Corintios 12:7 dice que Pablo era exaltado
por dondequiera que iba. Él vio gente resucitar de entre los muertos (Hch. 20:
9-12), sacó demonios (Hch. 16: 16-18), y vio muchos otros milagros (Hch.
19:11-12). En una de las ciudades donde él ministró la gente exclamó: “¡Estos
que trastornan el mundo entero también han venido acá!” (Hch. 17:6). Había
tanto poder y tanta unción fluyendo a través de la vida y del ministerio de
Pablo que eso estaba atrayendo mucha gente hacia el Señor. Esas personas
decían: “¡Quiero ser como Pablo. Quiero tener la capacidad para vencer la
adversidad. Si me meten a la cárcel por predicar el Evangelio, también quiero
que se produzca un terremoto y me libere!” Satanás reconoció que Pablo estaba
atrayendo a mucha gente hacia el Señor porque estaba experimentando una
victoria total y porque Dios lo estaba exaltando. El diablo quería degradarlo y
quería hacer algo para evitar que fuera exaltado por Dios. Eso es lo que 2 de
Corintios 12:7 dice. Para que Pablo no fuera enaltecido desmedidamente, Satanás
le dio un aguijón en su carne. Fue de parte del diablo, no de Dios.
Ha habido personas enfermas que me han dicho:
“Yo soy como el apóstol Pablo. Dios me ha dado un aguijón en la carne, y no me
queda nada más que sobrellevarlo”. Acuérdate de esto: fue por la abundancia de
las revelaciones que este aguijón vino. Con esas revelaciones, Pablo escribió
la mitad del Nuevo Testamento. Por lo tanto, quien no ha tenido una abundancia
de revelaciones como Pablo las tuvo no debería estar escondiéndose hoy atrás de
su aguijón en la carne. Además, este aguijón era de parte de Satanás y no de
parte de Dios.
En algunas ocasiones he tratado de empezar a
hablar sobre cómo recibir de parte de Dios con drogadictos, prostitutas, y
adúlteros, y muchos de ellos me han dicho: “Bueno, así como el apóstol Pablo,
yo también tengo un aguijón en la carne”. Ellos ni siquiera tienen una relación
con Dios, sin embargo se están apoyando en el aguijón en la carne de Pablo. Tú
debes dejar de esconderte atrás de este aguijón en la carne a menos que
tuvieras tanta revelación como para que tú pudieras escribir la mitad del Nuevo
Testamento.
El aguijón de Pablo en la carne no era una
enfermedad. Era un mensajero demoníaco que Satanás envió para atormentarlo.
La verdad es que DIOS QUIERE QUE ESTÉS SANO.
Háblale
a tus problemas
Una de las cosas más importantes que he
aprendido en relación a la sanidad es que tienes que hablarle al problema.
Jesús dijo en Marcos 11:23,
“Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte:
Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será
hecho lo que dice, lo que diga le será hecho”.
Fíjate que Jesús dijo que le hables
al monte. Él no dijo que le hables a Dios del monte. Él nos dijo que le
hablemos directamente a la montaña. La montaña son nuestros problemas. Debemos
hablarle a nuestros problemas y ordenarles que reaccionen favorablemente ante
el poder de Dios. La mayoría de la gente le está hablando a Dios de sus
problemas. Oran y le piden a Dios que haga algo respecto a esa montaña o ese
problema en sus vidas. Eso no es lo que el Señor nos pidió.
Si tienes dolor en tu cuerpo, háblale. No debes
hablarle a Dios del problema, en cambio debes hablarle directamente al
problema. Di: “Pie (o lo que sea), te ordeno que recibas el poder sanador de
Dios. Dolor, déjame ahora en el nombre de Jesús”. Te obedecerá si tú crees.
Jesucristo
los sanó a todos
Hay 17 casos en los que Jesucristo sanó a todos
los enfermos que estaban presentes (Mt.4:23-24; 8:16-17; 9:35; 12:15; 14:14;
34-35; 15:30-31; 19:2; 21:14; Mr. 1:32-34, 39; 6:56; Lc. 4:40; 6:17-29; 7:21;
9:11; 17:12-17).
Los Evangelios muestran otras cuarenta y siete
veces a Jesucristo sanando a una o dos personas en cada ocasión (Mt.8:1-4,
5-13, 14-15, 28-34; 9:1-8, 20-33; 12:10-13, 40-45; 2:1-12; 3:1-5; 5:1-20,
25-43; 7:24-37; 8:22-26; 9:14-29; 10:46-52; Lc. 4:33-39; 5:12-15, 17-26;
6:6-10; 7:1-17; 8:27-39, 43-56; 9:37-42; 11:14; 13:11-17; 14:1-5; 18:35-43;
22:51; Jn:4:46-54; 5:2-15; 9:6-7; 11:43-44).
En ningún lugar encontramos al Señor negándose
a sanar a alguien. Es más, Jesucristo declaró que Él no podía hacer nada por sí
mismo sino solamente lo que veía hacer al Padre (Jn. 5:19 y 8:28-29), Sus
acciones son suficiente prueba de que ¡siempre es la voluntad de Dios sanarnos!
A menos que se indique lo contrario, el texto
bíblico fue tomado de la versión Reina -Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en
América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con
permiso.
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